En noviembre de 2022, el mundo conoció ChatGPT, una herramienta de inteligencia artificial que, en solo tres años, revolucionó la forma en que las personas interactúan con la tecnología. Lo que comenzó como una apuesta de OpenAI se convirtió en un fenómeno global, con cientos de millones de usuarios en todo el planeta, y el avance en la misma línea de las principales tecnológicas. Su impacto no se limita a lo tecnológico: ha redefinido dinámicas económicas, sociales e incluso geopolíticas, generando tanto entusiasmo como interrogantes sobre el futuro del trabajo, la privacidad y la concentración del poder tecnológico.
ChatGPT y otros modelos de IA generativa han logrado una penetración sin precedentes en la vida cotidiana. A nivel mundial, alrededor de 800 millones de personas utilizan ChatGPT, mientras que plataformas como Gemini de Google o los modelos de Meta suman millones de usuarios adicionales.
Argentina no ha sido ajena a esta transformación. Según datos recientes del Reuters Institute, el país se ubica entre los líderes en adopción de herramientas de inteligencia artificial, con un 50% de la población utilizando modelos como ChatGPT al menos una vez por semana. Este fenómeno es especialmente marcado entre los jóvenes de 18 a 34 años, quienes han incorporado la IA en su vida diaria como una extensión natural de sus hábitos digitales. Desde ayudar con tareas académicas hasta funcionar como un "confesor digital" para consultas personales, la IA se ha convertido en un compañero invisible pero omnipresente en la rutina de millones.
El éxito de ChatGPT y otros modelos similares como Gemini (Google) radica, en gran parte, en su capacidad para democratizar el acceso a la inteligencia artificial que, hasta entonces, parecía reservada para expertos o grandes corporaciones. A diferencia de otros avances tecnológicos que, pese a su sofisticación, no logran masificarse por falta de comodidad o utilidad entre la gente, la IA conversacional demostró ser intuitiva, versátil y, sobre todo, útil para el usuario común. Esto explica por qué, en solo tres años, modelos como Gemini de Google, Llama de Meta, Grok de X o el propio ChatGPT suman cientos de millones de usuarios activos en todo el mundo, un crecimiento que ni siquiera sus creadores anticiparon con tanta velocidad.
Sin embargo, el impacto de la IA no ha sido uniforme en todos los ámbitos. Mientras que en el plano individual su adopción ha sido inmediata y profunda, en el sector empresarial los resultados son más matizados. Las grandes compañías no han dudado en invertir fuertemente en proyectos de inteligencia artificial —de hecho, el 90% de ellas ya cuenta con iniciativas en marcha—, pero los beneficios concretos en términos de productividad, ahorro de costos o innovación aún no son evidentes. Muchos de estos proyectos siguen en fase experimental, y las inversiones superan, por ahora, los retornos tangibles. Esto plantea un escenario paradójico: la IA está en todas partes, pero su verdadero potencial económico aún está por verse.
El fenómeno de la IA también ha reconfigurado el mapa geopolítico. Estados Unidos y China libran una batalla tecnológica sin precedentes, donde el dominio de la inteligencia artificial se ha convertido en un símbolo de poder para las próximas décadas. Mientras que empresas estadounidenses como Microsoft, Google y Amazon lideran el desarrollo de modelos avanzados, China avanza a pasos agigantados con sus propios sistemas, respaldados por una base de usuarios masiva y un Estado que prioriza la autonomía tecnológica. Esta competencia no solo define el futuro de la economía global, sino que también plantea preguntas sobre la soberanía digital y los riesgos de una concentración excesiva de poder en pocas manos.
Las inversiones millonarias en IA han convertido a esta tecnología en uno de los motores de la economía mundial. Las principales empresas tecnológicas destinan recursos sin precedentes a su desarrollo, lo que ha generado un ecosistema altamente centralizado, donde unas pocas corporaciones controlan el acceso a herramientas que, cada vez más, son esenciales para la vida moderna. Este escenario plantea desafíos regulatorios y éticos: ¿cómo garantizar que la IA beneficie a la sociedad en su conjunto y no solo a quienes controlan su infraestructura? ¿De qué manera se pueden mitigar los riesgos de desinformación, sesgos algorítmicos o la pérdida de empleos por la automatización?
A pesar de estos interrogantes, el balance de estos tres años de ChatGPT es, en términos generales, positivo. La IA ha demostrado ser una herramienta capaz de empoderar a los individuos, facilitando el acceso al conocimiento, la creatividad y la resolución de problemas cotidianos. Su adopción masiva refleja una necesidad humana de contar con asistentes inteligentes que simplifiquen tareas, desde lo más mundano hasta lo más complejo. Sin embargo, el desafío pendiente es asegurar que este avance tecnológico no profundice las desigualdades, sino que, por el contrario, sirva como un puente hacia una sociedad más equitativa y preparada para los cambios que ya están en marcha.
La perspectiva de la IA, entonces, dependerá no solo de su evolución técnica, sino de cómo la sociedad —gobiernos, empresas y ciudadanos— decida utilizarla. ChatGPT y sus pares han abierto una puerta a posibilidades que hace una década parecían ciencia ficción, pero también han expuesto vulnerabilidades y dilemas éticos que requieren atención urgente. Lo que está en juego no es solo el dominio de una tecnología, sino el tipo de mundo que queremos construir con ella.
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*La información presentada surge de la columna de Sebastián Di Doménica en Canal E, donde el especialista analizó el impacto de ChatGPT en su tercer aniversario. Para acceder al análisis completo, podés verlo [aquí](https://youtu.be/ndV4yjzNa7Q?si=1sS3OjjEZjEt-6-l).*
